Equidad:

Equidad e igualdad son dos principios estrechamente relacionados, pero distintos. La equidad introduce un principio ético o de justicia en la igualdad. En definitiva, la equidad nos obliga a plantearnos los objetivos que debemos conseguir para avanzar hacia una sociedad más justa. Una sociedad que aplique la igualdad de manera absoluta será una sociedad injusta, ya que no tiene en cuenta las diferencias existentes entre personas y grupos. Y, al mismo tiempo, una sociedad donde las personas no se reconocen como iguales, tampoco podrá ser justa. Hoy en día, el aumento de las desigualdades en nuestro planeta en el acceso de los países y las personas al uso y disfrute de los recursos, lleva a plantear los objetivos de equidad como sustanciales al desarrollo. La justicia es universal, pero no siempre puede tener en cuenta los casos concretos en su aplicación, tomando como referencia la ley como medida de la justicia, la equidad estaría ahí, para corregir la omisión o el error producido o la aplicación rigorista de la misma. Con lo la equidad también es lo justo, y ambas, equidad y justicia, no son incompatibles sino que se complementan. La equitativa distribución de oportunidades para las mujeres en el ámbito laboral aún se encuentra con obstáculos que es preciso resolver, entre ellas esta el denominado "techo de cristal" Respecto de lo anterior, La Dirección de Equidad y Género de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, toma acciones a favor de la promoción del trabajo de las mujeres en igualdad de oportunidades, ya que considera el trabajo como un espacio de desarrollo integral para los hombres y mujeres trabajadores. Asimismo, consideramos que para que la promoción de la equidad entre hombres y mujeres pueda ser una realidad, tenemos que incidir con fuerza, pues las cifras son elocuentes; según una encuesta realizada en 2003, de cada 100 personas en puestos de tipo ejecutivo, 88 son hombres y sólo 12 son mujeres; asimismo, sólo 2.7% de las mujeres ejecutivas se ubican en puestos de dirección general. Aunque son varios y complejos factores los que configuran esta realidad, podríamos resumirlos en tres grandes grupos: a) Organizativa mente, el mundo del trabajo remunerado ha sido diseñado por y para varones. De ahí que los horarios, estructuras de mando y formas de relación son configurados por modelos de lo que es considerado "masculino". De esta manera, cualquier modelo que no coincida con aquellos que configuran el mundo laboral, o se asimilan o son excluidos. b) Si la mujer ha podido ingresar y adaptarse lo mejor que puede al mundo laboral remunerado, esto no ocurre en el caso del varón respecto al ámbito doméstico. No existe aún conciencia real ni acciones del trabajador sobre su papel activo en el cuidado de los hijos y de las necesidades del hogar. Con ello, la mujer sigue asumiendo como "propio" esos ámbitos de la vida familiar. c) Ciertos modelos o paradigmas han impedido que las mujeres accedan a altos puestos de dirección. Ideas preconcebidas tales como "la mujer en realidad no quiere el poder" o "las mujeres no son capaces de tomar decisiones acertadas en momentos de presión, con autoridad y poder", tienen de fondo, una íntima convicción de que las mujeres son seres en sí mismos incapaces de asumir responsabilidades mayores. Aunado a esto, es menester señalar que las mujeres que logran acceder a puestos de dirección –con no pocas dificultades-, tienen que improvisar procedimientos de dirección. Al ser pioneras en ámbitos directivos de trabajo, los modelos previos que les permitan contar con una guía para desplegar de una manera más óptima sus habilidades directivas están lejos de ellas. Esto tiene ventajas, pues les permite desarrollar su creatividad; pero también, puede resultar un experimento en el que va de por medio su prestigio: las mujeres suelen estar más vigiladas en su desempeño, y por lo tanto, en su competitividad. Un fracaso puede significar un descenso en la escala laboral, al tiempo que perpetúa y refuerza las ideas antes mencionadas.